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En Sainte-Engrâce, un lugar indómito y espectacular
En esta comarca de Haute-Soule, los únicos que solían recorrer estos empinados y escarpados senderos eran los contrabandistas. Hasta que la audacia de un apasionado espeleólogo, Edouard-Alfred Martel, le empujara a adentrarse, a principios del siglo XX, en este laberinto de rocas y grietas. Antiguamente, los campesinos bajaban el trigo desde las cimas de los acantilados hasta el molino de agua situado a la entrada de la Garganta de Kakueta (un molino que desapareció durante la riada de 1937), y subían, de vuelta, los sacos de harina por el mismo camino.
Algo más allá, el pueblo de Sainte-Engrâce conserva la autenticidad típica de los pueblecitos de Haute-Soule en la montaña vasca. Su iglesia románica es una joya arquitectónica del siglo XI.
No muy lejos, la cavidad de La Verna es una atracción excepcional para los aficionados a la espeleología. Se trata de una de las cavidades subterráneas más grandes del mundo accesibles al público.
El paso de Kakueta y los paqueteros de Sainte-Engrâce Este paso fronterizo entre Francia y España se convirtió, durante la Segunda Guerra Mundial, en sinónimo de libertad para numerosas personas que huían de la zona ocupada. Los pastores vascos, perfectos conocedores de la escarpada zona, se convirtieron así en guías que arriesgaban sus vidas ayudando a otros a esquivar patrullas alemanas. Durante el día, los fugitivos se escondían en granjas y caseríos para cruzar, de noche, la frontera con España. Todo ello, gracias a estos guías invisibles. Una familia de Sainte-Engrâce ha encontrado cartas fechadas en 1945, que fugitivos llegados a España enviaron al abuelo, que les ayudó a cruzar. En una de ellas se puede leer: "Estuve en su casa con otros tres camaradas. Dejamos todos nuestros documentos de identidad escondidos en su granja, cerca del tejado, bajo la primera piedra al lado de la entrada." El abuelo contaba que había encontrado los papeles y vuelto a ver a 2 de aquellos hombres… |